+ " La gente le preguntaba: "Pues ¿qué debemos hacer?" Y él les respondía: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo." Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?" El les dijo: "No exijáis más de lo que os está fijado." Preguntáronle también unos soldados: "Y nosotros ¿qué debemos hacer?" El les dijo: "No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada." Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga." Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva." +
Lc 3, 10-18.
El Evangelio de la IIIª Domínica de Adviento - ciclo C del Leccionario - es una dura semblanza de la predicación del Bautista. Digo "dura" porque en toda la secuencia de ese 3er. capítulo, la palabra del Precursor aparece con todos los elementos del profetismo más encendido, casi tremendista.
Sin embargo, la contención de su discurso moral es asombrosa, como si la palabra amonestadora y terrible del Profeta se frenara ante el pecador que le pide luz. Desde el desierto, su sermón es terrible; ante el penitente, la exortación a una moral de sencillez. Predica como un profeta del Viejo Testamento, pero aconseja con la mansedumbre del Nuevo.
Esos que le buscan, aparecen abocetados como seres insatisfechos, vidas turbadas, estragadas, llenas de ansiedad: "...Qué debemos hacer?..." Y la voz profetíca les descubre que en su vida ordinaria y ordenada está la salvación que ansían; o, al menos, el comienzo de esa salvación.
La secuencia del Santo Evangelio concluye con estas palabras: "...Y con otras muchas exortaciones anunciaba al pueblo el Evangelio.", dejando entender que todas eran de este estilo, firme y suave, encendido y calmante. Tremendo profeta Juan...pero él mismo temblaba, tímido, cuando se definía en su misión: "...viene el que es más fuerte que yo, y yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias..."
"...Yo no soy digno..." Aparecerá otra vez esta expresión en labios de otro personaje de los Evangelios, el Centurión de Cafarnaúm que imploró al Señor la salud para su sirviente enfermo (Lc 7,1-10). Si Jesús ponderó la humildad y la fe segura del militar, la humilde y tímida confesión del Bautista ¿cómo la juzgaría?
"...Maior inter natos mulierum propheta Ioanne Baptista nemo est..."
Lc 7,28.
Hoy ablanda la liturgia el morado penitente con el tierno rosa. Las vestimentas litúrgicas se tornan de color infantil, como si quisieran comunicar a los paramentos sacerdotales la alegre e inocente expectación de la próxima Navidad que reza la antífona del Misal:
" Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca" (Flp. 4,4-5)
Y a mí esa antífona me parece la voz animosa y cálida de un padre que templa el miedo de su niño temeroso.
Con color tan suave, tan inocente, como el rosado con que cada año, el Domingo de Gaudete, se visten sus Altares.
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Lc 3, 10-18.
El Evangelio de la IIIª Domínica de Adviento - ciclo C del Leccionario - es una dura semblanza de la predicación del Bautista. Digo "dura" porque en toda la secuencia de ese 3er. capítulo, la palabra del Precursor aparece con todos los elementos del profetismo más encendido, casi tremendista.
Sin embargo, la contención de su discurso moral es asombrosa, como si la palabra amonestadora y terrible del Profeta se frenara ante el pecador que le pide luz. Desde el desierto, su sermón es terrible; ante el penitente, la exortación a una moral de sencillez. Predica como un profeta del Viejo Testamento, pero aconseja con la mansedumbre del Nuevo.
Esos que le buscan, aparecen abocetados como seres insatisfechos, vidas turbadas, estragadas, llenas de ansiedad: "...Qué debemos hacer?..." Y la voz profetíca les descubre que en su vida ordinaria y ordenada está la salvación que ansían; o, al menos, el comienzo de esa salvación.
La secuencia del Santo Evangelio concluye con estas palabras: "...Y con otras muchas exortaciones anunciaba al pueblo el Evangelio.", dejando entender que todas eran de este estilo, firme y suave, encendido y calmante. Tremendo profeta Juan...pero él mismo temblaba, tímido, cuando se definía en su misión: "...viene el que es más fuerte que yo, y yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias..."
"...Yo no soy digno..." Aparecerá otra vez esta expresión en labios de otro personaje de los Evangelios, el Centurión de Cafarnaúm que imploró al Señor la salud para su sirviente enfermo (Lc 7,1-10). Si Jesús ponderó la humildad y la fe segura del militar, la humilde y tímida confesión del Bautista ¿cómo la juzgaría?
"...Maior inter natos mulierum propheta Ioanne Baptista nemo est..."
Lc 7,28.
Hoy ablanda la liturgia el morado penitente con el tierno rosa. Las vestimentas litúrgicas se tornan de color infantil, como si quisieran comunicar a los paramentos sacerdotales la alegre e inocente expectación de la próxima Navidad que reza la antífona del Misal:
" Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca" (Flp. 4,4-5)
Y a mí esa antífona me parece la voz animosa y cálida de un padre que templa el miedo de su niño temeroso.
Con color tan suave, tan inocente, como el rosado con que cada año, el Domingo de Gaudete, se visten sus Altares.
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