sábado, diciembre 02, 2006

El Evangelio de las postrimerías y el Juicio de Lc.21, entrevera profecías sobre la caída de Jerusalén y la destrucción del Templo, con las señales del Fin del Mundo.

Está cerca la Pasión. Los Apóstoles preguntan ansiosos, sin entender si las palabras del Señor serán de cumplimiento inminente o se retardarán.
En toda la escena, los signos terribles van junto a advertencias sobre el error, los falsos profetas, la conflagración de las naciones y la persecución de los fieles. La conmoción de las cosas terrenas tendrá su correlato en los espantosos signos del Firmamento; el corazón de los hombres también se alterará por la zozobra, y todas las cosas temblarán.
Serán tiempos de prueba para los justos. Frente a los presagios temibles del fin, se revela la dignidad de los que se mantengan firmes en la esperanza: "...levantaos, alzad la cabeza y cobrad ánimo, se acerca vuestra liberación!..."
Y también la necesidad de la sobria vigilia: "...que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros..."
La vista del Hijo en gloria será universal. El Apocalípsis de San Juan proclama: "...todo ojo le verá, también los que le traspasaron..." Ap 1.7.
La iconografía cristiana no se olvida de hacer patentes las huellas de la Pasión en las manos, piés y costado de Cristo Juez, para que la profecía cumplida en el calvario sea cumplida universalmente: "...mirarán al que atravesaron..." Jn 19,37 ,y el dolor por el Hijo sea también un dolor universal.
No será ya tiempo de merecer, pero el clamor por el amor herido y traspasado del Hijo de Dios Encarnado, será un grito de toda la Creación. Unos alabarán al Salvador, otros vocearán con horror la condena.
El Dies Irae que será el Dies Finis y el Dies Gloriae...
La exhortación del Señor es para sus Apóstoles y para sus discípulos: "...manteneos en pié delante del Hijo del Hombre", para nosotros que somos destinatarios y testigos de ese Evangelio hoy.
Manténnos Tú, Señor Misericordioso, en la firme virtud de tu gracia; danos la fuerza que necesitamos y acógenos compasivo cuando vuelvas.
¡Ven Señor!